19 de marzo de 2014

Atragantados

Comaxurros, todos los créditos para Brosmind.com
por Nicolás M. Cassanello

Me enteré de la existencia de la denominada sobrecarga informativa (information overload en inglés) gracias a un artículo publicado por la revista Apertura, en septiembre de 2009 (se puede consultar aquí).
La nota describía el agobio provocado por la proliferación de datos que nos llegan no sólo a través de los medios gráficos, la radio y TV, sino también -y especialmente- vía mensajes de textos, mensajería instantánea (WhatsApp, Line, Viber, Blackberry Messenger), correos electrónicos, páginas webs, blogs (como éste), redes sociales, entre otros medios.
Más que bombardeo de información, a menudo parece que nos encontramos apuntados por armas de destrucción masiva. De pronto leemos o escuchamos “recrudece el conflicto en Crimea”, y al alcance de nuestra mano podemos consultar nuestro smartphone y descubrir que la zona comprende a una península situada en el norte del mar Negro, con una extensión similar a Sicilia.
Sin lugar a dudas, se trata de una posibilidad tan fantástica como perturbadora, ya que corremos el permanente riesgo malgastar nuestro tiempo (finito, como nuestra vida) en asuntos irrelevantes. En este sentido, el artículo de Apertura señalaba que “el 28 por ciento del tiempo de una jornada de trabajo se pierde en interrupciones causadas por información innecesaria. Además, el 53 por ciento de la gente cree que menos de la mitad de la información que recibe es valiosa. El 42 por ciento de los encuestados utiliza, una vez a la semana, esa información por error.”

Esta sobrecarga informativa es aún mucho más pronunciada cuando se trata de asuntos vinculados al comercio exterior argentino. Es que buena parte de aquella infobesidad se explica por la actividad desplegada por nuestros organismos públicos, que ostentan una pantagruélica debilidad por emitir normas legales y reglamentarias bajo el nombre de Resoluciones Generales, Resoluciones, Disposiciones, Instrucciones Generales, Comunicaciones, y una larga lista de etcéteras.
La tendenciase pronuncia aún más cuando se acerca la temporada estival. Efectivamente, en los últimos años, mientras “estalla el verano” las autoridades aprovechan para levantar polvareda implementando alguna que otra bomba reglamentación. A esta altura, toda persona que desarrolla actividades vinculadas al comercio exterior se encuentra prevenida; resignados esperamos darle más tiempo de lectura al Boletín Oficial que al último libro de E. L. James o Paulo Coelho. Los planes de apagar el celular y tirarse como lagarto al sol, tampoco prosperaron en uno de los veranos más lluviosos de la década.

Se terminaba 2013 y comenzaba 2014, y a medida que dejamos atrás la primavera, nos topamos con una extensa sucesión de acontecimientos tales como la Conferencia Ministerial de Bali de la Organización Mundial del Comercio; la designación de nuevos funcionarios en áreas con injerencia en comercio exterior: Augusto Costa en Secretaría de Comercio, Carlos Sanchez y Beatriz Paglieri en la Dirección General de Aduanas; desde la Nación se anunció el Programa de Aumento y Diversificación de las Exportaciones (PADEx); se dispuso el aumento del recargo de ganancias al 35% para compras en el exterior con tarjetas; la AFIP dispuso la suspensión de la firma Nidera por... exportar trigo. Además, el colectivo Carta Abierta publicó su Carta número 15 en donde se propuso la creación de la Junta Nacional de Granos; mientras tanto, se replicaban las amenazas del gobierno nacional a productores para que vendan granos almacenados en silobolsas; a mediados de enero se producía la devaluación de la moneda tan reclamada por ciertos sectores exportadores; el Jefe de Gabinete de la Nación destacó en la agenda nacional la necesidad de importar tomates (hasta que llegó la réplica de los productores nacionales y hubo marcha atrás); la AFIP introdujo modificaciones al régimen de envíos postales y al régimen de courier; se fijó una novedosa percepción de ganancias a operaciones trianguladas de exportación. Promediaba Febrero, y mientras todo indicaba que se trataría de uno de los meses más lluviosos de la década, comenzaron a regir nuevas restricciones de hecho a las importaciones, obligando a los interesados a conseguir divisas en el exterior; en las últimas semanas se dispuso la creación de un Régimen de registración sistemática de movimientos y existencia de granos, modificaciones a la Ventanilla Única de Comercio Exterior (hasta ahora sólo un sello de goma) y al Sistema de Comunicaciones y Notificaciones Electrónicas Aduaneras (SICNEA). Y la lista probablemente podría continuar por algunos renglones más.

Conservarnos actualizados y pensantes, discriminando entre lo relevante y los datos fast foods con alta dosis de colesterol intelectual se presenta como un verdadero desafío. El reto es aún mayor cuando intentamos exponer nuestras reflexiones, compartirlas con otros just in time, de manera inteligible y clara.

Tal como lo decía en otra oportunidad, muchos de estos asuntos dominaron la escena mediática por algunos días o semanas, y tal vez ya no tenga sentido escribir sobre ellos ahora. O sí, ya que en medio de tanto desenfreno y obesidad normativa, encontramos varios bocadillos empalagosos y otros verdaderamente indigestos sobre los que me interesa reflexionar en futuras entradas del blog.

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